Leyendo el Quijote, sus cuentos, sus frases que con pocas palabras dicen tanto, he tenido sentimientos encontrados de risa y llanto a la vez y he quedado mirándome hacia dentro, un poco "tocada" o podríamos decir que el libro a ejercido sobre mí un poder de "encantamento". A partir de ahora no será un libro más que he leído, será El Libro.
BIENVENIDOS A NUESTRO BLOG
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Un espacio para compartir las actividades que realizamos unos cuantos locos por la lectura.
jueves, 23 de diciembre de 2010
miércoles, 15 de diciembre de 2010
¿Quién ha de ser?
El amparo de doncellas,
el defensor de las damas,
asombro de gigantes,
el vencedor de batallas
¡Don Quijote de la Mancha!
El que a pillos y a presos defendió
y que hasta con molinos luchó
y algún muerto, sin su entierro dejó.
El que injusticias veía
por cada parte que iba.
Pero Don Miguel con él
no se portó nada bien,
pues en su camino puso
grandes doncellas y damas,
pero Don Miguel no quiso,
no le dejó a Don Quijote
a ninguna "disfrutalla".
Solo metió Don Miguel en su cabeza
una moza pobre y fea,
¡labradora era!
que como tan lejos estaba,
Don Quijote tampoco pudo "disfrutalla".
Que vida la de Don Quijote
¡Don Quijote de la Mancha!
andar por los caminos,
por los caminos de España
sólo con su locura
y el amor de Sancho Panza.
Esperanza
el defensor de las damas,
asombro de gigantes,
el vencedor de batallas
¡Don Quijote de la Mancha!
El que a pillos y a presos defendió
y que hasta con molinos luchó
y algún muerto, sin su entierro dejó.
El que injusticias veía
por cada parte que iba.
Pero Don Miguel con él
no se portó nada bien,
pues en su camino puso
grandes doncellas y damas,
pero Don Miguel no quiso,
no le dejó a Don Quijote
a ninguna "disfrutalla".
Solo metió Don Miguel en su cabeza
una moza pobre y fea,
¡labradora era!
que como tan lejos estaba,
Don Quijote tampoco pudo "disfrutalla".
Que vida la de Don Quijote
¡Don Quijote de la Mancha!
andar por los caminos,
por los caminos de España
sólo con su locura
y el amor de Sancho Panza.
Esperanza
Carta a Don Miguel de Cervantes
Vos, que en otros tiempos fuistéis testigo.
Testigo, de lo que en España pasaba
Vos en guerras y en cárceles estuvistéis
y que recorristéis España,
conociendo a mucha gente
de toda clase y calaña.
Vuestro ingenio no fue reconocido entonces,
es algo que hoy también pasa.
En el siglo XXI en el que yo os escribo esta carta.
¡Sepa vuestra merced!
que la cultura importa poco o nada
que a mucha gente hoy le interesa más
la vida de cuatro "maulas".
Pero hoy un grupo de gentes
reunidos en un aula,
leemos y comentamos
su libro, ameno y profundo,
¡Don Quijote de la Mancha!
Mundialmente conocido
y que goza de gran fama.
Esperanza
Testigo, de lo que en España pasaba
Vos en guerras y en cárceles estuvistéis
y que recorristéis España,
conociendo a mucha gente
de toda clase y calaña.
Vuestro ingenio no fue reconocido entonces,
es algo que hoy también pasa.
En el siglo XXI en el que yo os escribo esta carta.
¡Sepa vuestra merced!
que la cultura importa poco o nada
que a mucha gente hoy le interesa más
la vida de cuatro "maulas".
Pero hoy un grupo de gentes
reunidos en un aula,
leemos y comentamos
su libro, ameno y profundo,
¡Don Quijote de la Mancha!
Mundialmente conocido
y que goza de gran fama.
Esperanza
sábado, 11 de diciembre de 2010
El que a Don Quitote lee
El que a Don Quitote lee
gran interés le despierta,
buen contento le procura
las batallas del Hidalgo.
El de la Triste Figura
loco, cuerdo y sin fortuna,
tan valiente enamorado
de Dulcinea del Toboso.
Razón de la sin razón
con más voluntad que tino,
Justiciero y defensor
de doncellas y de viudas.
Señor de honor y palabra
ingenioso por demás,
salió a su libre albedrío
por caminos de La Mancha.
Armado fue Caballero
-la Orden de Caballería-,
se procuró un fiel servidor
y se agenció un buen rocín.
El valiente visionario
a lomos de Rocinante
cabalga con su Escudero
por el campo de Montiel.
Es su oficio y ejercicio
andar por los despoblados
buscando las aventuras,
y los valerosos fechos.
Señor de gran Hidalguía
y pensamientos dispares,
nació por querer del cielo
para desfacer agravios.
Don Azote o don Gigote
ducho en buscarse infortunios,
loco tocado por la gracia
y por el sentido común.
Que ni el interés ni el miedo,
el rencor ni la afición
dieran freno a su locura
en acometer sus lances.
No hay otro que haya tenido
más aliento en perseguir
más destreza en el herir
ni más maña en el derribar.
El más casto enamorado,
a todas horas y momentos
pensando en su Dulcinea va,
camino de Puerto Lápice.
Oh Dulcinea del Toboso,
estrella de mi ventura
y norte de mis caminos:
el cielo te la dé buena.
Si el amor no me tuviera
tan rendido y tan sujeto
a sus leyes, y los ojos
de aquella hermosa ingrata.
Por quedar la fe que debo
a mi señora Dulcinea.
que es Reina y señora mía
Día de mi noche, gloría de mi pena.
Ana Vadillo Gómez
viernes, 3 de diciembre de 2010
Primera novela que:
El Quijote es la primera novela polifónica que interpreta la realidad, no según un sólo punto de vista, sino desde varios puntos de vista superpuestos al mismo tiempo. Cada personaje manifiesta su forma de ver el mundo lo que produce al lector conocer tantas perspectivas como personajes hay en el texto.
La primera parte supone un avance en el arte de narrar. El personaje influye en los hechos. Lo habitual en los libros de caballerías hasta entonces era que la acción importaba más que los personajes.
Por primera vez en una novela europea el personaje trasforma los hechos y al mismo tiempo es trasformado por ellos. Los personajes evolucionan con la acción y no son los mismos al empezar que al terminar.
Al regresar Don Quijote a su pueblo, asume la idea de que no sólo no es un héroe, sino que no hay héroes.
Temática
El tema de la obra gira en torno a si es posible encontrar un ideal en lo real. Este tema principal está estrechamente ligado con un concepto ético, el de la libertad en la vida humana.
Otros temas son:
El ideal literario: El tema de la critica literaria es constante a lo largo de toda la obra de Cervantes. Critica a los libros de caballerias, a las novelas pastoriles y a la fórmula teatral creada por Lope de Vega.
El ideal del amor: Don Quijote y Dulcinea como pareja no llega a darse, es por ello que aparecen varias historias de amor, mayoritariamente entre parejas jóvenes.
El ideal político: Aparece la utopía en fragmentos como el gobierno de Sancho en la ínsula Barataria.
El ideal de la justicia: Se da claramente en el fragmento de los galeotes.
Otros temas son:
El ideal literario: El tema de la critica literaria es constante a lo largo de toda la obra de Cervantes. Critica a los libros de caballerias, a las novelas pastoriles y a la fórmula teatral creada por Lope de Vega.
El ideal del amor: Don Quijote y Dulcinea como pareja no llega a darse, es por ello que aparecen varias historias de amor, mayoritariamente entre parejas jóvenes.
El ideal político: Aparece la utopía en fragmentos como el gobierno de Sancho en la ínsula Barataria.
El ideal de la justicia: Se da claramente en el fragmento de los galeotes.
viernes, 26 de noviembre de 2010
Poesía; VENCIDOS
26 Noviembre
Esta poesía de León Felipe habla del Hidalgo Caballero y me ha parecido oportuno añadirla a este espacio que todos compartimos.
Seguro que muchos la conoceis, porque la musicalizó mi admirado Joan Manuel Serrat y está incluida en su disco "Mediterráneo"
Esta poesía de León Felipe habla del Hidalgo Caballero y me ha parecido oportuno añadirla a este espacio que todos compartimos.
Seguro que muchos la conoceis, porque la musicalizó mi admirado Joan Manuel Serrat y está incluida en su disco "Mediterráneo"
VENCIDOS
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
Y ahora ociosa y abolladada en su rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar...
va cargado de armadura...
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar...
va cargado de amargura...
que allá quedó su ventura
en la playa de Barcino, frente al mar...
Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar...
y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar.
Hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar.
Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo
y llévame a ser contigo
contigo pastor...
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
va cargado de amargura...
va vencido, el caballero de retorno a su lugar. (León Felipe)
Probablemente, lo último que podía haber imaginado Cervantes, cuando creó a su Hidalgo manchego sería que iba a acoger en su criatura tantas y tan diversas lecturas. De cuantas se han dado al caballero de la triste figura , para mi , una de las más impresionante es verlo ascendido a símbolo de los vencidos.
Don Quijote se ha convertido en símbolo de aquellos que creen que luchan por unos ideales justos, pero que finalmente son derrotados. Como el Hidalgo llevaba en su sangre la condena de un destino vencido, todos los vencidos del mundo tienen un trocito de Quijote.
El momento que escoge el autor del poema es el perfecto. Don Quijote ha sido derrotado en Barcelona por el Caballero de la Blanca Luna (lo veremos en la II parte) y vuelve hacia su pueblo despojado de su honor.
León Felipe se ha " materializado" en el poema para acompañar a Don Quijote en su amargura, dándole un enfoque muy humano. En el poema no hay reproches, ni críticas, sólo dolor, en una coversación de hermano con hermano.
Mercedes Pérez
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Versión digital de El Quijote.
Hola de nuevo:
Me encanta ver que el blog cada día esta más animado.
Hoy no tengo mucho que aportar, sólo un descubrimiento que acabo de hacer y que, seguro, alguno ya conocéis. Es un enlace a una web creada por la biblioteca nacional de nuestro libro en cuestión.
Espero que lo disfrutéis.
http://quijote.bne.es/libro.html
Saludos.
lunes, 22 de noviembre de 2010
CURIOSIDAD POÉTICA
Los versos que canta Cardenio, en el capítulo XXVII, la estrofa se llama "OVILLEJO", siendo Cervantes el primero en utilizarla.
La métrica es la siguiente: tres versos octosílabos, seguidos cada uno de ellos de un pie quebrado, con el cual, rima en consonante, y una redondilla, cuyo último verso se compone de los tres pie quebrados.
Soledad Puértolas y el Quijote.
Los personajes secundarios ayudan a definir a los personajes centrales. Tienen sus propias historias, pero sólo asistimos a fragmentos de ellas. La verosimilitud de un relato, en buena medida, depende de ellos.
Marcela fascina por su reivindicación de la libertad y de la soledad, pero, como no quiere compañía, no te puedes quedar con ella.
Dorotea es la amiga perfecta, ingeniosa, generosa, inteligente y divertida.
El quijote es una obra de humor y de dolor. Es un poema a la derrota que no quiere hacernos llorar, y es también un acto de afirmación personal, de orgullo.
Marcela fascina por su reivindicación de la libertad y de la soledad, pero, como no quiere compañía, no te puedes quedar con ella.
Dorotea es la amiga perfecta, ingeniosa, generosa, inteligente y divertida.
El quijote es una obra de humor y de dolor. Es un poema a la derrota que no quiere hacernos llorar, y es también un acto de afirmación personal, de orgullo.
domingo, 21 de noviembre de 2010
NOVIEMBRE
NOVIEMBRE está desnudo de ramaje.
El cruel otoño le fue despojando de sus desvaídos ropajes,
noviembre,
sin huella aparente, va dejándose la vida
arrastrando su alma por las aceras,
mientras estira su cuello hacia arriba hasta la dislocación;
asumida su suerte a un puro tránsito estival.
Anclado en sus raíces,
Menguado en su agonía y desde su modesta resistencia,
Noviembre
Parece crecerse en su honorabilidad.
Ana Vadillo Gómez
“Por los caminos del Quijote” por Ana Vadillo
“Por los caminos del Quijote”
Venturas y desventuras del Hidalgo Caballero y su escudero.
Conforme a lo acordado la noche antes, al amanecer del nuevo día reemprendieron el camino hacia el Toboso, el Hidalgo y su escudero.
Don Quijote, erguido sobre Rocinante, guardaba un calmo silencio abstraído en sabe Dios qué hondas meditaciones. Por el contrario, el fiel Sancho Panza que le seguía a la zaga a lomos del asno y no paraba en sus lamentos, confiándole sus cuitas al mesmo animal.
- Mala noche hemos pasado mi amo y un servidor, rucio – decía Sancho con pesar -echados sobre la dura tierra con la barriga vacía. ¡Ladridos me dan las tripas! Y las alforjas sin pan. Al menos tu repelaste algunas yerbas que, a causa de mi vigilia, bien te vi a la par de Rocinante sin despegar el morro del suelo.
- Nosotros -yo y mi Señor quiero decir-, ni un tiento a la boca ha más de dos días. Hácete idea cuan grande debilidad nos asiste.
A este punto, levantó la vista que, durante largo rato había mantenido quieta en las orejas del pollino dirigiéndola a su amo. Fijose en él y pareciole marchito, como desmayado. ¡Ah, valeroso Caballero! -murmuró enternecido-, vencedor en mil batallas, generoso por demás con cuanto desvalido nos ha ido viniendo al paso; ayudando y favoreciendo a tanto menesteroso que mi memoria ni alcanza a recordar. Elevó la voz para que le oyese claro Don Quijote y dijo:
- Paréceme a mí, que le acosa la fatiga, señor. Vive Dios que no quisiera faltarle, pero me da que de tantas aventuras, vuestra merced, está ahíto.
- ¿Ahíto, dices, mentecato? –le respondió con enojo Don Quijote-. ¡Cuán equivocado estás!
- Pues si no es lo que yo pienso, ¿a qué se debe ese callado mutismo, ese gesto contraído y esta temblorosa voz?
- Pensando estaba en la hermosa señora, la sin par Dulcinea del Toboso. Barrunto, amigo Sancho, que en breve estaré ante tan ilustre beldad, y me acosa la mala conciencia.
- Oh, válame Dios, ni diga tal necedad de sí mesmo, mi señor. Usted, !el más justo de los hombres, que sólo vive para desfacer agravios y enderezar entuertos! Su vuecencia ha perdido el juicio. Yo, con el respeto debido, suplico no tenga en cuenta mi desacato.
- No hay nada que disculpar, mi fiel escudero. Puede, según tu, parecer que haya perdido el juicio, más según yo, mi intelecto aún sigue lúcido. Es por ello que no dejo pensar en la misma cosa.
- Y ¿qué cosa es ella?, -vuelvo a rogarle disculpe mi curiosidad.
- Que no sería de recibo presentarme ante mi amadísima Dulcinea con las manos vacías, no estaría de más llegar con algún presente. Y ahí viene la duda: ¿Qué podría yo ofrecerle que igualara a su tan alto linaje? ¿Un ramo de florecillas? Si ella en sí misma es ya una rosa, hermosa entre cuantas haya.
- ¿Permite una sugerencia, de este su humilde escudero?
- Muy gustoso te la acepto, Sancho, -le conminó Don Quijote a que hablara presto.
- Una pomada para suavizar las manos –apostilló Sancho Panza-, a toda mujer agrada.
- ¡Mi señora Dulcinea no precisa de mejunjes! Su piel es seda, puro alabastro-, replicó con enfado Don Quijote.
- Pues difícil dilema es dar con lo adecuado. Más no se agobie, señor, algo nos vendrá a la miente según vamos adelante.
En estas vacilaciones continuaron el andante Caballero y el malandante escudero.
Un trecho más allá volvió a insistir Sancho Panza.
- Abusando de la licencia que, vuesa merced concede a este deslenguado, me pronunciaré abiertamente y le confiaré qué donaría yo a mi Santa, si a mi alcance quedare.
- ¿Y qué sería pues?, -se interesó el Hidalgo caballero.
- Un pellejo de cordero. Cosa que bien le vendría para abrigarse del frío.
A tal razón Don Quijote, después de meditarlo un momento, respondió.
- Eres de buen corazón, Sancho amigo, y muy ducho en la ocurrencia. Nunca dudé que esa mollera tuya ha más de guardar serrín esconde astuta agudeza. Tal dádiva, aunque rústica, puediese ser provechosa concediéndole otros usos. ¡No sería mal reposadero como trono donde ha de sentarse mi reina. Menester sea señalar que se me hace poca cosa para lo que ella merece, -apuntó con seriedad Don Quijote. ¡Qué menos que una corona para la Emperatriz de la Mancha ! Más si ello no es posible, esa ofrenda estaría bien.
- Coronarla usted pudiera, señor mío, -saltó Sancho Panza- con laureles y con triunfos.
- Loado sea Dios. A veces hermano Sancho, hablas con mucha sustancia.
- Me complace que lo crea. Y acabemos con la cháchara. Deje en mi mano la encomienda del asunto. En cuanto atisbe una majada me allegaré hasta el pastor y me haré con la prebenda. Complacido quedará, mi amo, con la ventaja del trato.
Así fue avanzando el día sin tropezarse con alma humana ninguna, secos de calor y hambre.
- Si al señor le place, podíamos hacer un alto, -dijo Sancho con desmayo-. Nos vendría bien a ambos.
Sin contradecir a su escudero ni osar despegar los labios descabalgó el Caballero de la triste figura, -a tanto debía llegar su agotamiento.
- Mientras vuestra merced descansa el cuerpo, yo me daré un garbeo haber si pillo algo para alegrar el estómago.
No tardó el avispado Sancho en dar con un madroñal cargado de buenos frutos.
- ¿Será verdad lo que están viendo mis ojos?, se decía para sí mientras picaba al jumento dirigiéndolo hacia el árbol.
Nada más aproximarse, se empinó sobre el pollino y se abalanzó al madroño. A puñados los cogía y cuantos más se zampaba puchos más le apetecían. Agotó los de una rama sin haberse satisfecho y arrastrado por el ansia alargaba bien los brazos para alcanzar los mejores puesto ya en pie sobre las ancas del asno, sin atención ni cuidado de agarrarse a parte alguna. Solo tragar y tragar. Más tan mala fortuna fue, que a la par que él saciaba el gusto, un lagarto surgió, quien sabrá de donde, dando pequeños saltitos. En uno de aquellos saltos, el reptil, cayó sobre las patas de rucio, sobresaltando al manso animal, el cual emitió un grande rebuzno a la vez que salía huyendo en espantada, sin que se alertara el jinete que cargaba encima. Por lo que es de imaginar las consecuencias que trujo. Sancho Panza por los aires.
Mientras se mantuvo en vilo, el pasmado tragaldabas tales alaridos daba que las aves emprendieron vuelo a Don Quijote alertó.
Ana Vadillo Gómez
jueves, 18 de noviembre de 2010
LA PUNTUACIÓN EN EL QUIJOTE
Es sabido que Cervantes no acostumbraba a utilizar signos de puntuación en sus manuscritos. La responsabilidad de esta tarea era de los correctores de imprenta y los impresores. Los diferentes editores del Quijote se encontraron con el hecho de que Cervantes presentó a la imprenta una obra muy extensa, difícil y además sin signos de puntuación.
Todo el mundo sabe la abundancia de erratas en el Quijote, es famosa la aparición espontánea del asno de Sancho en varios pasajes, cuando el animal había sido robado capítulos antes por Ginés de Pasamonte. Estas erratas son fáciles detectarlas, pero los errores en la puntuación pueden ocasionar falsedades a la hora de leer los diferentes pasajes de la obra. El mismo Cervantes, después de la primera edición, hizo bastantes correcciones para la siguiente y desde entonces, la puntuación del Quijote ha ido variando en las sucesivas ediciones.
Si queréis hacer la prueba, podéis viajar en el tiempo y convertiros en un corrector o correctora de imprenta e intentar puntuar este fragmento del primer capítulo del Quijote, recién dejado en el taller por D. Miguel de Cervantes. Después puedes comparar tu puntuación con la edición que estés leyendo y seguramente que encontrarás diferencias.
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero adarga antigua rocín flaco y galgo corredor una olla de algo más vaca que carnero salpicón las más noches duelos y quebrantos los sábados lantejas los viernes algún palomino de añadidura los domingos consumían las tres partes de su hacienda el resto della concluían sayo de velarte calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mesmo y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años era de complexión recia seco de carnes enjuto de rostro gran madrugador y amigo de la caza quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba Quijana pero esto importa poco a nuestro cuento basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. |
jueves, 11 de noviembre de 2010
¿Por qué me gusta?
En la última reunión del grupo de lectura algunos de los participantes pidieron que les explicásemos por qué disfrutamos de la lectura de Don Quijote. Como siempre, algunas personas aportaron motivos excelentes, con una claridad en la exposición de sus argumentos que envidio y admiro. Yo no suelo hablar en estas reuniones, creo que, egoístamente, me aprovecha mucho más escuchar. Cuando me apunté al grupo de lectura no sabía que íbamos a empezar por este libro, que tantas veces he intentado leer y que tantas veces he abandonado. Por un lado me dio pereza, por otro me pareció una escusa estupenda para animarme a leerlo.
Por lo tanto empecé con interés pero sin muchas ganas. Pero en esta ocasión, ¡sorpresa!, me ha enganchado desde el principio, si bien no llevo un ritmo de lectura muy rápido y dejo pasar intervalos de tiempo bastante grandes sin tocarlo, cuando lo retomo lo disfruto muchísimo.
Yo no parto de una base de conocimientos filosóficos, históricos ni literarios que me aporten un condicionamiento previo, lo estoy disfrutando y ya. Disfruto de las descripciones de momentos y lugares que me hacen visualizarlos como si fuese una película, disfruto de los diálogos que va hilando magistralmente para que cada personaje quede definido en su carácter y en su forma de vivir, disfruto de las comas y los puntos que me hacen la lectura fácil y comprensible y, sobre todo, me hace reír muchísimo, quizá diga una blasfemia, pero me hace reír tanto como me hacían reír las aventuras de “Mortadelo y Filemón” cuando tenía 12 años.
Solo voy por el capítulo XVIII, espero no desinflarme y que mis motivaciones vayan a más.
Un saludo a todos.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Autonomía y heteronomía.
Para los que piensan que Don Quijote no está loco sino que es una forma de ver la vida, he encontrado este relato que quizá defina a este personaje de Cervantes.
Si me siento impulsado a decir la verdad por miedo al castigo, o a ayudar a un amigo para no perderlo, o a cumplir una promesa por miedo a que alguien se entere y piense mal de mí, estoy haciendo lo que debo. Sin embargo, cuando los motivos para actuar son el miedo, el egoismo o la conveniencia, realmente no soy libre. Actúo condicionado por el fin que persigo: evitar el castigo, no estar solo o que todos piensen que soy buena persona. Mi moral es así heterónoma, es decir, sus normas de actuación dependen de criterios externos.
En cambio, cuando digo la verdad, o ayudo a un amigo, o cumplo mis promesas porque tengo el íntimo convencimiento de que es lo que debo hacer, me doy cuenta de que nadie más que yo mismo me obliga a actuar así. Cuando no importan ni los posibles castigos, ni los intereses personales, ni lo que piensen de mí, actúo con absoluta autonomía; lo que cuenta es la convicción de que cumplir con mi deber supone respetar la dignidad de las demás personas y la mía propia.
Si me siento impulsado a decir la verdad por miedo al castigo, o a ayudar a un amigo para no perderlo, o a cumplir una promesa por miedo a que alguien se entere y piense mal de mí, estoy haciendo lo que debo. Sin embargo, cuando los motivos para actuar son el miedo, el egoismo o la conveniencia, realmente no soy libre. Actúo condicionado por el fin que persigo: evitar el castigo, no estar solo o que todos piensen que soy buena persona. Mi moral es así heterónoma, es decir, sus normas de actuación dependen de criterios externos.
En cambio, cuando digo la verdad, o ayudo a un amigo, o cumplo mis promesas porque tengo el íntimo convencimiento de que es lo que debo hacer, me doy cuenta de que nadie más que yo mismo me obliga a actuar así. Cuando no importan ni los posibles castigos, ni los intereses personales, ni lo que piensen de mí, actúo con absoluta autonomía; lo que cuenta es la convicción de que cumplir con mi deber supone respetar la dignidad de las demás personas y la mía propia.
lunes, 8 de noviembre de 2010
LA ESCATOLOGÍA DE CERVANTES
Hola a todos. Antes de nada, deciros que esta es mi "primera vez" con un blog. Gracias Paco por tu dedicación y ¡¡¡me lanzo al tema!!.Pasada la tertulia del día de ayer, 2 de noviembre, se me han ocurrido algunas cosas al hilo de lo que ibais exponiendo. Cuando se mencionaron los pasajes en los que DQ se pone tan malito y Sancho tiene tanto miedo que a ambos se les sueltan las tripas, me imaginaba al lector (de los pocos que habría) de la época leyendo estos fragmentos y creo que debío de partirse, pero partirse de la risa (menos mal que estaba el bálsamo de fierabras). A mi me recordó un poco a los niños cuando pasan por esa edad en la que "caca,culo,pedo,pis" les hace tanta gracia. Y es que, DQ me parece muy infantil en algunas de sus acciones, por la inocencia, la fantasía, la osadía, la no percepción del peligro, ....diría que es como un "niño grande", creyéndose el mejor, el más hidalgo, el más andante, el más caballero....¿y todo esto por haber leído libros de caballería?......Si Cervantes nos hubiera contado algo más de cómo fue su pasado, me refiero antes de sus lecturas de "libros mentirosos", nos habría contado que era un hombre egocéntrico y con una alta autoestima, en la que estos libros tenían ya un terreno abonado para provocar el efecto que lograron en DQ. Aunque claro.....esta sería otra novela ¿no?...Deciros también que a pesar de que esta es la segunda vez que leo este libro, estoy disfrutando mucho, mucho...no sólo con el fondo de las historias sino también con la forma....los giros que Cervantes da a las frases, como maneja el doble sentido de algunas palabras, como utiliza el lenguaje para configurar la psicología de cada personaje (¡¡la arenga de Marcela, por ejemplo!!)....bueno, lo dejo aquí. De momento no se me ocurre nada más. Saludos, blogueros de "Los Pinos".
domingo, 7 de noviembre de 2010
LA LOCURA DE DON QUIJOTE
En la tertulia del día 2 de noviembre, entre otras cosas, se habló de la locura del Quijote. ¿Por qué confunde a los molinos de viento con gigantes con brazos, y a rebaños de ovejas con ejércitos de caballeros? ¿Por qué las ventas son castillos? ¿Cómo pudo ver, oír, oler, tocar a María Tornes y creer que estaba con la más bella doncella del mundo (después de Dulcinea del Toboso, claro está)? ¿Cuál sería el diagnóstico de un Psiquiatra? ¿Qué psicopatología presentaría el Caballero de la Triste Figura? Pues bien he encontrado a un Psiquiatra a quien no le importó tumbar en el diván a Don Quijote. Se trata de D. Juan Antonio Vallejo Najera que en su libro Literatura y Psiquiatría, Barcelona, Destino, 1950, diagnóstico lo siguiente: “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es un enfermo mental que padece la enfermedad psíquica denominada ‘paranoia’, diagnóstico que se infiere de la lectura de la historia clínica que viene a ser la novela cervantina… Fuera del delirio, el paranoico piensa, siente y obra como un sujeto normal: es un loco razonador”.
Esto podría explicar por qué Don Quijote se muestra unas veces como un loco y otras como una persona razonable. ¿O quería Cervantes ir más allá con su personaje?
FCF.
jueves, 28 de octubre de 2010
MARCELA Y GRISÓSTOMO
El 26 de octubre nos volvimos a reunir en la bien llevada tertulia de los martes. Ya hemos recorrido hasta el capítulo XV de la obra de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Un recorrido que me esta pareciendo fascinante y creo que a una mayoría de los integrantes del grupo también. En el recorrido de hoy tocaba desde el capítulo X al XV. En la tertulia aparecieron comentarios, como siempre, muy interesantes. Desde la locura del Quijote, el materialismo o no de Sancho, la entrada de nuevos personajes, el símil con las películas del oeste y el acertado ejemplo de “Sólo ante el peligro”… Es decir, una hora y media que nos supo a poco y que ni la música de la actividad siguiente conseguía callarnos.
Me parecieron también, muy acertados todos los comentarios y reflexiones que se hicieron sobre la historia de Marcela y Grisóstomo. Personalmente, me ha hecho preguntarme por qué Cervantes introduce este episodio en los capítulos 12 a 14. Hay estudiosos del Quijote que dicen que Cervantes lo escribió para colocarlo más adelante (en las páginas de Sierra Morena) e incluso hay traducciones a otros idiomas que este episodio lo han quitado de la obra porque creían que distorsionaba el personaje del Quijote, es decir, los traductores han creído que quitando este episodio, el de Marcela y Grisóstomo, el personaje del Quijote es más cabal y más entero. Sobre todo, porque al aparecer este episodio después del discurso de la Edad de Oro, serviría para indicar que Don Quijote y todos los caballeros andantes no eran necesarios en el mundo, una cosa muy buena para Cervantes, porque hubiera cumplido su objetivo contra las novelas de caballería, pero también un punto negativo, ya que deja a su personaje en una contradicción manifiesta desde el capítulo 14: el principal papel de ser caballero andante es amparar a las doncellas (todas son vulnerables) y da la casualidad que con la primera doncella (Marcela) con quien se topa don Quijote, puede cuidar de sí misma y de su honra.
Bueno ahí os dejo esta reflexión, espero vuestras respuestas que sin duda serán muy interesantes.
domingo, 24 de octubre de 2010
COMO SER MIEMBRO DE NUESTRO BLOG
El martes 19 de octubre, después de una interesante tertulia, donde tratamos tanto el prólogo, como los primeros nueve capítulos de la novela Don Quijote de la Mancha, nos quedó muy poquito tiempo para hablar de este blog y explicaros como formar parte del mismo.
A continuación os describo los pasos a dar:
1º Los que queráis ser miembros o colaboradores de este blog me tenéis que hacer llegar vuestro correo electrónico para daros de alta en el mismo, bien me lo mandáis a mi correo currocabello@hotmail.com o bien el próximo día en la tertulia. Ya he dado de alta a cuatro miembros, tenemos sitio para noventa y seis más, es decir, hay sitio para todos.
2º Una vez que yo os de de alta, os llegará a vuestro correo la invitación, la aceptáis y ya podéis meter artículos, fotos, audio, videos… (tendréis que dar los pasos que os señalen para aceptar la invitación)
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Siento mucho el retraso, pero ya sabéis, es la falta de tiempo. Espero que os sirva de ayuda y que mandéis vuestras colaboraciones.
martes, 12 de octubre de 2010
PORQUE LEER A LOS CLASICOS. Italo Calvino
Por qué leer los clásicos
Empecemos proponiendo algunas definiciones.
1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy releyendo...» y nunca «Estoy leyendo...».
Es lo que ocurre por lo menos entre esas personas que se supone «de vastas lecturas»; no vale para la juventud, edad en la que el encuentro con el mundo, y con los clásicos como parte del mundo, vale exactamente como primer encuentro.
El prefijo iterativo delante del verbo «leer» puede ser una pequeña hipocresía de todos los que se avergüenzan de admitir que no han leído un libro famoso. Para tranquilizarlos bastará señalar que por vastas que puedan ser las lecturas «de formación» de un individuo, siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído.
Quien haya leído todo Heródoto y todo Tucídides que levante la mano. ¿Y Saint-Simon? ¿Y el cardenal de Retz? Pero los grandes ciclos novelescos del siglo xix son también más nombrados que leídos. En Francia se empieza a leer a Balzac en la escuela, y por la cantidad de ediciones en circulación se diría que se sigue leyendo después, pero en Italia, si se hiciera un sondeo, me temo que Balzac ocuparía los últimos lugares. Los apasionados de Dickens en Italia son una minoría reducida de personas que cuando se encuentran empiezan enseguida a recordar personajes y episodios como si se tratara de gentes conocidas. Hace unos años Michel Butor, que enseñaba en Estados Unidos, cansado de que le preguntaran por Emile Zola, a quien nunca había leído, se decidió a leer todo el ciclo de los Rougon-Macquart. Descubrió que era completamente diferente de lo que creía: una fabulosa genealogía mitológica y cosmogónica que describió en un hermosísimo ensayo.
Esto para decir que leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más. Podemos intentar ahora esta otra definición:
2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente. La definición que podemos dar será entonces:
3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo.
Por lo tanto, que se use el verbo «leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia. En realidad podríamos decir:
4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura. La definición 4 puede considerarse corolario de ésta:
6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
Mientras que la definición 5 remite a una formulación más explicativa, como:
7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
Esto vale tanto para los clásicos antiguos como para los modernos. Si leo la Odisea leo el texto de Homero, pero no puedo olvidar todo lo que las aventuras de Ulises han llegado a significar a través de los siglos, y no puedo dejar de preguntarme si esos significados estaban implícitos en el texto o si son incrustaciones o deformaciones o dilataciones. Leyendo a Kafka no puedo menos que comprobar o rechazar la legitimidad del adjetivo «kafkiano» que escuchamos cada cuarto de hora aplicado a tuertas o a derechas. Si leo Padres e hijos de Turguéniev o Demonios de Dostoyevski, no puedo menos que pensar cómo esos personajes han seguido reencarnándose hasta nuestros días.
La lectura de un clásico debe depararnos cierta sorpresa en relación con la imagen que de él teníamos. Por eso nunca se recomendará bastante la lectura directa de los textos oríginales evitando en lo posible bibliografía crítica, comentarios, interpretaciones. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión; en cambio hacen todo lo posible para que se crea lo contrario. Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él. Podemos concluir que:
8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
El clásico no nos enseña necesariamente algo que no sabíamos; a veces descubrimos en él algo que siempre habíamos sabido (o creído saber) pero no sabíamos que él había sido el primero en decirlo (o se relaciona con él de una manera especial). Y ésta es también una sorpresa que da mucha satisfacción, como la da siempre el descubrimiento de un origen, de una relación, de una pertenencia. De todo esto podríamos hacer derivar una definición del tipo siguiente:
9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
Naturalmente, esto ocurre cuando un clásico funciona como tal, esto es, cuando establece una relación personal con quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber o por respeto, sino sólo por amor. Salvo en la escuela: la escuela debe hacerte conocer bien o mal cierto número de clásicos entre los cuales (o con referencia a los cuales) podrás reconocer después «tus» clásicos. La escuela está obligada a darte instrumentos para efectuar una elección; pero las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier escuela.
Sólo en las lecturas desinteresadas puede suceder que te tropieces con el libro que llegará a ser tu libro. Conozco a un excelente historiador del arte, hombre de vastísimas lecturas, que entre todos los libros ha concentrado su predilección más honda en Las aventuras de Pickwick, y con cualquier pretexto cita frases del libro de Dickens, y cada hecho de la vida lo asocia con episodios pickwickianos. Poco a poco él mismo, el universo, la verdadera filosofía han adoptado la forma de Las aventuras de Pickwick en una identificación absoluta. Llegamos por este camino a una idea de clásico muy alta y exigente:
10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
Con esta definición nos acercamos a la idea del libro total, como lo soñaba Mallarmé.
Pero un clásico puede establecer una relación igualmente fuerte de oposición, de antítesis. Todo lo que Jean-Jacques Rousseau piensa y hace me interesa mucho, pero todo me inspira un deseo incoercible de contradecirlo, de criticarlo, de discutir con él. Incide en ello una antipatía personal en el plano temperamental, pero en ese sentido me bastaría con no leerlo, y en cambio no puedo menos que considerarlo entre mis autores. Diré por tanto:
11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
Creo que no necesito justificarme si empleo el término «clásico» sin hacer distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad. Lo que para mí distingue al clásico es tal vez sólo un efecto de resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una continuidad cultural. Podríamos decir:
12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía.
Al llegar a este punto no puedo seguir aplazando el problema decisivo que es el de cómo relacionar la lectura de los clásicos con todas las otras lecturas que no son de clásicos. Problema que va unido a preguntas como: «¿Por qué leer los clásicos en vez de concentrarse en lecturas que nos hagan entender más a fondo nuestro tiempo?» y «¿Dónde encontrar el tiempo y la disponibilidad de la mente para leer los clásicos, excedidos como estamos por el alud de papel impreso de la actualidad?».
Claro que se puede imaginar una persona afortunada que dedique exclusivamente el «tiempo-lectura» de sus días a leer a Lucrecio, Luciano, Montaigne, Erasmo, Quevedo, Marlowe, el Discurso del método, el Wilhelm Meister, Coleridge, Ruskin, Proust y Valéry, con alguna divagación en dirección a Murasaki o las sagas islandesas. Todo esto sin tener que hacer reseñas de la última reedición, ni publicaciones para unas oposiciones, ni trabajos editoriales con contrato de vencimiento inminente. Para mantener su dieta sin ninguna contaminación, esa afortunada persona tendría que abstenerse de leer los periódicos, no dejarse tentar jamás por la última novela o la última encuesta sociológica. Habría que ver hasta qué punto sería justo y provechoso semejante rigorismo. La actualidad puede ser trivial y mortificante, pero sin embargo es siempre el punto donde hemos de situarnos para mirar hacia adelante o hacia atrás. Para poder leer los libros clásicos hay que establecer desde dónde se los lee. De lo contrario tanto el libro como el lector se pierden en una nube intemporal. Así pues, el máximo «rendimiento» de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad. Y esto no presupone necesariamente una equilibrada calma interior: puede ser también el fruto de un nerviosismo impaciente, de una irritada insatisfacción.
Tal vez el ideal sería oír la actualidad como el rumor que nos llega por la ventana y nos indica los atascos del tráfico y, las perturbaciones meteorológicas, mientras seguimos el discurrir de los clásicos, que suena claro y articulado en la habitación. Pero ya es mucho que para los más la presencia de los clásicos se advierta como un retumbo lejano, fuera de la habitación invadida tanto por la actualidad como por la televisión a todo volumen. Añadamos por lo tanto:
13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.
14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.
Queda el hecho de que leer los clásicos parece estar en contradicción con nuestro ritmo de vida, que no conoce los tiempos largos, la respiración del otium humanístico, y también en contradicción con el eclecticismo de nuestra cultura, que nunca sabría confeccionar un catálogo de los clásicos que convenga a nuestra situación.
Estas eran las condiciones que se presentaron plenamente para Leopardi, dada su vida en la casa paterna, el culto de la Antigüedad griega y latina y la formidable biblioteca que le había legado el padre Monaldo, con el anexo de toda la literatura italiana, más la francesa, con exclusión de las novelas y en general de las novedades editoriales, relegadas al margen, en el mejor de los casos, para confortación de su hermana («tu Stendhal», le escribía a Paolina). Sus vivísimas curiosidades científicas e históricas, Giacomo las satisfacía también con textos que nunca eran demasiado up to date: las costumbres de los pájaros en Buffon, las momias de Frederick Ruysch en Fontenelle, el viaje de Colón en Robertson.
Hoy una educación clásica como la del joven Leopardi es impensable, y la biblioteca del conde Monaldo, sobre todo, ha estallado. Los viejos títulos han sido diezmados pero los novísimos se han multiplicado proliferando en todas las literaturas y culturas modernas. No queda más que inventarse cada uno una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa biblioteca debería comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado para nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimientos ocasionales.
Compruebo que Leopardi es el único nombre de la literatura italiana que he citado. Efecto de la explosión de la biblioteca. Ahora debería reescribir todo el artículo para que resultara bien claro que los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado, y por eso los italianos son indispensables justamente para confrontarlos con los extranjeros, y los extranjeros son indispensables justamente para confrontarlos con los italianos.
Después tendría que reescribirlo una vez más para que no se crea que los clásicos se han de leer porque «sirven» para algo. La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos.
Y si alguien objeta que no vale la pena tanto esfuerzo, citaré a Cioran (que no es un clásico, al menos de momento, sino un pensador contemporáneo que sólo ahora se empieza a traducir en Italia): «Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía un aria para flauta. “¿De qué te va a servir?”, le preguntaron. “Para saberla antes de morir”».
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