BIENVENIDOS A NUESTRO BLOG



¡BIENVENIDOS A NUESTRO BLOG!



Un espacio para compartir las actividades que realizamos unos cuantos locos por la lectura.



domingo, 21 de noviembre de 2010

“Por los caminos del Quijote” por Ana Vadillo

“Por los caminos del Quijote”
                               Venturas y desventuras del Hidalgo Caballero y su escudero.
Conforme a lo acordado la noche antes, al amanecer del nuevo día reemprendieron el camino hacia el Toboso, el Hidalgo y su escudero.
Don Quijote, erguido sobre Rocinante, guardaba un calmo silencio abstraído en sabe Dios qué hondas meditaciones. Por el contrario, el fiel Sancho Panza que le seguía a la zaga a lomos del asno y no paraba en sus lamentos, confiándole sus cuitas al mesmo animal.
      - Mala noche hemos pasado mi amo y un servidor, rucio – decía Sancho con pesar -echados sobre la dura tierra con la barriga vacía. ¡Ladridos me dan las tripas! Y las alforjas sin pan. Al menos tu repelaste algunas yerbas que, a causa de mi vigilia, bien te vi a la par de Rocinante sin despegar el morro del suelo.
      - Nosotros -yo y mi Señor quiero decir-, ni un tiento a la boca ha más de dos días. Hácete idea cuan grande debilidad nos asiste.
A este punto, levantó la vista que, durante largo rato había mantenido quieta en las orejas del pollino dirigiéndola a su amo. Fijose en él y pareciole marchito, como desmayado. ¡Ah, valeroso Caballero! -murmuró enternecido-, vencedor en mil batallas, generoso por demás con cuanto desvalido nos ha ido viniendo al paso; ayudando y favoreciendo a tanto menesteroso que mi memoria ni alcanza a recordar. Elevó la voz para que le oyese claro Don Quijote y dijo:
-  Paréceme a mí, que le acosa la fatiga, señor. Vive Dios que no quisiera faltarle, pero me da que de tantas aventuras, vuestra merced, está ahíto.
- ¿Ahíto, dices, mentecato? –le respondió con enojo Don Quijote-. ¡Cuán equivocado estás!
-  Pues si no es lo que yo pienso, ¿a qué se debe ese callado mutismo, ese gesto contraído y esta temblorosa voz?
- Pensando estaba en la hermosa señora, la sin par Dulcinea del Toboso. Barrunto, amigo Sancho, que en breve estaré ante tan ilustre beldad, y me acosa la mala conciencia.
- Oh, válame Dios, ni diga tal necedad de sí mesmo, mi señor. Usted, !el más justo de los hombres, que sólo vive para desfacer agravios y enderezar entuertos! Su vuecencia ha perdido el juicio. Yo, con el respeto debido, suplico no tenga en cuenta mi desacato.
- No hay nada que disculpar, mi fiel escudero. Puede, según tu, parecer que haya perdido el juicio, más según yo, mi intelecto aún sigue lúcido. Es por ello que no dejo pensar en la misma cosa.
- Y ¿qué cosa es ella?, -vuelvo a rogarle disculpe mi curiosidad.
-  Que no sería de recibo presentarme ante mi amadísima Dulcinea con las manos vacías, no estaría de más llegar con algún presente. Y ahí viene la duda: ¿Qué podría yo ofrecerle que igualara a su tan alto linaje? ¿Un ramo de florecillas? Si ella en sí misma es ya una rosa, hermosa entre cuantas haya.
- ¿Permite una sugerencia, de este su humilde escudero?
- Muy gustoso te la acepto, Sancho, -le conminó Don Quijote a que hablara presto.
- Una pomada para suavizar las manos –apostilló Sancho Panza-, a toda mujer agrada.
- ¡Mi señora Dulcinea no precisa de mejunjes! Su piel es seda, puro alabastro-, replicó con enfado Don Quijote.
- Pues difícil dilema es dar con lo adecuado. Más no se agobie, señor, algo nos vendrá a la miente según vamos adelante.
En estas vacilaciones continuaron el andante Caballero y el malandante escudero.


Un trecho más allá volvió a insistir Sancho Panza.
- Abusando de la licencia que, vuesa merced concede a este deslenguado, me pronunciaré abiertamente y le confiaré qué donaría yo a mi Santa, si a mi alcance quedare.
- ¿Y qué sería pues?, -se interesó el Hidalgo caballero.
- Un pellejo de cordero. Cosa que bien le vendría para abrigarse del frío.
A tal razón Don Quijote, después de meditarlo un momento, respondió.
- Eres de buen corazón, Sancho amigo, y muy ducho en la ocurrencia. Nunca dudé que esa mollera tuya ha más de guardar serrín esconde astuta agudeza. Tal dádiva, aunque rústica, puediese ser provechosa concediéndole otros usos. ¡No sería mal reposadero como trono donde ha de sentarse mi reina. Menester sea señalar que se me hace poca cosa para lo que ella merece, -apuntó con seriedad Don Quijote. ¡Qué menos que una corona para la Emperatriz de la Mancha! Más si ello no es posible, esa ofrenda estaría bien.
- Coronarla usted pudiera, señor mío, -saltó Sancho Panza- con laureles y con triunfos.
- Loado sea Dios. A veces hermano Sancho, hablas con mucha sustancia.
- Me complace que lo crea. Y acabemos con la cháchara. Deje en mi mano la encomienda del asunto. En cuanto atisbe una majada me allegaré hasta el pastor y me haré con la prebenda. Complacido quedará, mi amo, con la ventaja del trato.
Así fue avanzando el día sin tropezarse con alma humana ninguna, secos de calor y hambre.
- Si al señor le place, podíamos hacer un alto, -dijo Sancho con desmayo-. Nos vendría bien a ambos.
Sin contradecir a su escudero ni osar despegar los labios descabalgó el Caballero de la triste figura, -a tanto debía llegar su agotamiento.
- Mientras vuestra merced descansa el cuerpo, yo me daré un garbeo haber si pillo algo para alegrar el estómago.
No tardó el avispado Sancho en dar con un madroñal cargado de buenos frutos.
- ¿Será verdad lo que están viendo mis ojos?, se decía para sí mientras picaba al jumento dirigiéndolo hacia el árbol.
Nada más aproximarse, se empinó sobre el pollino y se abalanzó al madroño. A puñados los cogía y cuantos más se zampaba puchos más le apetecían. Agotó los de una rama sin haberse satisfecho y arrastrado por el ansia alargaba bien los brazos para alcanzar los mejores puesto ya en pie sobre las ancas del asno, sin atención ni cuidado de agarrarse a parte alguna. Solo tragar y tragar. Más tan mala fortuna fue, que a la par que él saciaba el gusto, un lagarto surgió, quien sabrá de donde, dando pequeños saltitos. En uno de aquellos saltos, el reptil, cayó sobre las patas de rucio, sobresaltando al manso animal, el cual emitió un grande rebuzno a la vez que salía huyendo en espantada, sin que se alertara el jinete que cargaba encima. Por lo que es de imaginar las consecuencias que trujo. Sancho Panza por los aires.
Mientras se mantuvo en vilo, el pasmado tragaldabas tales alaridos daba que las aves emprendieron vuelo a Don Quijote alertó.



Ana Vadillo Gómez

No hay comentarios:

Publicar un comentario