Un grito rompe el silencio.
¡Un
llanto que parte el alma! Es la llamada de auxilio de la mujer maltratada, por
un vil intimidador.
Por
la furia desmedida y una ira incontrolada, del cruel torturador.
La
mujer desventurada, estremecida de susto, pide clemencia…
Un manotazo, en la cara, es la ruin
contestación.
Un
insulto, en el oído, que humilla más que el dolor.
Un dolor que se repite, una inquietud que no
cesa, ¡el miedo que martiriza
cuando
se cierra una puerta!
Una
ofensa: miserable. Una maldad: sin razón. Un ultraje: sin pretexto.
Una
infamia… sin perdón.
Vileza
de un bravucón que se ampara tras el filo de un cuchillo o se escuda en la
demencia, para mancillar adrede…
Una
fiera ¡que se crece! con el terror que despierta.
Víctima
de su agresor y de su triste infortunio, la desvalida mujer, ronda ciega, sin
consuelo, en busca de alguna luz.
La
boca, desdibujada con la herida lacerante y un gemido de tormento, chilla
pidiendo socorro… mientras cae desfallecida.
Se
está muriendo, indefensa, mártir del odio enconado de un homicida, villano, que
no tiene compasión.
¿Dónde
estáis que no acudís en ayuda gentes de bien, INSTITUCIONES?
¿No
percibís la llamada de socorro de una mujer?
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