IV SAECVLVM AVREVM (Edad de
Oro)
El imperio con el mandato de Adriano
se estabiliza, hay paz y desarrollo. Descubre el amor en un joven bitinio
nacido en Claudipolis: Antínoo. En este capítulo le cuenta Adriano a Marco
Aurelio, su experiencia con el amor y también su constante pensamiento sobre la
muerte.
Adriano conoce a Antínoo:
“Un muchacho escuchaba las difíciles
estrofas con una atención a la vez ausente y pensativa,”
“Hice que se quedara
cuando se marcharon los demás. Era poco instruido, lleno de ignorancias,
reflexivo y crédulo. Conocía yo Claudiópolis, su ciudad natal; logré hacerlo
hablar de su casa familiar, al borde de los grandes bosques de pinos que
proporcionan los mástiles de nuestros navíos, del templo de Atis situado en la
colina, cuyas estridentes músicas amaba, de los hermosos caballos de su país y
de sus extraños dioses.”
“Aquel hermoso lebrel
ávido de caricias y de órdenes se tendió sobre mi vida”
El suicidio del filósofo estoico
Éufrates:
“Me pidió que lo autorizara a abandonar mi
servicio y suicidarse. Jamás he sido enemigo de la desaparición voluntaria”
“El problema del suicidio,
que habría de obsesionarme más tarde, me parecía entonces de fácil solución.”
Y sobre el suicidio en general y en
particular (a la persona que uno ama):
“me
digo que el suicidio no es infrecuente, y nada raro morir a los veinte años.
Sólo para mí la muerte de Antínoo es un problema y una catástrofe.”
Otros amores:
“Mi breve apasionamiento
por Lucio sólo me indujo a algunas locuras reparables.”
Su interés por ritos y actividades
relacionadas con la magía y la muerte:
“A la hora indicada bajamos a la caverna
sagrada; el joven bitinio se tendió para recibir la sangrienta aspersión. Pero
cuando vi surgir de la profundidad aquel cuerpo estriado de rojo, la cabellera
apelmazada por un lodo pegajoso, el rostro salpicado de manchas que estaba
vedado lavar y que debían borrarse por sí mismas, sentí que el asco me ganaba
la garganta, y con él el horror de aquellos ambiguos cultos subterráneos.”
“Mis frecuentes estadías
en Asia Menor me habían puesto en contacto con un pequeño grupo de hombres
dedicados seriamente a las artes mágicas.”
“El cirujano Sátiro me
llevó a su clínica para que asistiera a la agonía de los moribundos.”
El miedo de Antínoo a la vejez:
“Espantado ante la idea de la decadencia, es decir de
la vejez, había debido prometerse mucho tiempo atrás que moriría a la primera
señal de declinación y quizás antes.”
Y su suicidio:
“Bajé los resbaladizos peldaños: estaba
tendido en el fondo, envuelto ya por el lodo del río. Con ayuda de Chabrias,
conseguí levantar su cuerpo, que de pronto pesaba como una piedra”
La tristeza de Adriano:
“se muere a cualquier edad, los que mueren
jóvenes son los amados de los dioses. Yo mismo había participado de ese infame
abuso de las palabras, hablando de morirme de sueño, de morirme de hastío.
Había empleado la palabra agonía, la palabra duelo, la palabra pérdida. Antínoo
había muerto.”
“Amor, el más sabio de los
dioses…”
“no había amado lo
bastante para obligar al niño a que viviera. Chabrias, que como iniciado órfico
consideraba que el suicidio era un crimen, insistía en el lado sacrificatorio
de ese fin; yo mismo sentía una especie de horrible alegría cuando pensaba que
aquella muerte era un don.”
“debió pensar que yo lo
amaba muy poco para no darse cuenta de que el peor de los males era el de
perderlo.”
“No sabía que el dolor
contiene extraños laberintos por los cuales no había terminado de andar.”
“Chabrias me llamó una
noche para mostrarme en la constelación del Águila una estrella, hasta entonces
poco visible, que de pronto palpitaba como una gema, latía como un corazón. La
convertí en su estrella, en su signo. Noche a noche me agotaba siguiendo su
curso; vi extrañas figuras en aquella región del cielo. Me creyeron loco, pero
no tenía importancia.”
“La muerte es horrorosa,
pero también lo es la vida.”
“La memoria de la mayoría
de los hombres es un cementerio abandonado donde yacen los muertos que aquéllos
han dejado de honrar y de querer. Todo dolor prolongado es un insulto a ese
olvido.”
El entierro:
“El niño de Claudiópolis descendía a la
tumba como un faraón, como un Ptolomeo. Lo dejamos solo. Entraba en esa
duración sin aire, sin luz, sin estaciones y sin fin, frente a la cual toda
vida parece efímera; había alcanzado la estabilidad, quizá la calma.”
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