Me sucedió hace unos cuantos años. El lugar: una nevera. El protagonista: un conejo.
A casi todo el mundo le gusta el conejo como comida. A mi no.
Creí que podía ser era algo psicológico, así es que traté de averiguar si era cierta esta “anomalía”.
Me puse delante de un plato de conejo de aspecto inmejorable. Lo trinché. Pinché una pequeña porción y me la llevé a la boca. A medida que lo iba masticando me iba dejando un sabor que no sabría como definir. Pero no agradable. Lo degluto.
¿Para que estoy haciendo esto? ¿Me quiero convencer a mi mismo de que es más una manía que otra cosa?.
Pincho la segunda tajada, ya no con la convicción de la primera. Vuelvo a rumiar, esta vez con menos ganas siendo el resultado similar al anterior. Pero voy a seguir intentándolo.
¿Porqué existiendo platos diferentes que me gustan tengo que comer algo que no me apetece?.
Después de esta profunda reflexión, tomo la tercera tajada. Vuelvo a mascar durante largo rato. Me resulta insoportable, no puedo tragarlo. Se me hace una bola y al final tengo que sacarlo.
De lo que estoy convencido es que jamás intentaré hacer algo que no me apetezca. La lectura positiva es que he podido comprobar que no era una cuestión psicológica sino de sabor.
Pero ello no es óbice para que pueda sentarme con otros comensales, si ellos deciden tomar el plato en cuestión. No opinaré que no está rico, es que a mi no me gusta.
Moraleja: Cuando algo es prescindible, lo mejor es abandonarlo y de poder, sustituirlo por otra cosa.
Metáfora en tres actos de ULISES, de James Joyce.
ResponderEliminarMe sucedió hace unos cuantos años. El lugar: una nevera. El protagonista: un conejo.
A casi todo el mundo le gusta el conejo como comida. A mi no.
Creí que podía ser era algo psicológico, así es que traté de averiguar si era cierta esta “anomalía”.
Me puse delante de un plato de conejo de aspecto inmejorable. Lo trinché. Pinché una pequeña porción y me la llevé a la boca. A medida que lo iba masticando me iba dejando un sabor que no sabría como definir. Pero no agradable. Lo degluto.
¿Para que estoy haciendo esto? ¿Me quiero convencer a mi mismo de que es más una manía que otra cosa?.
Pincho la segunda tajada, ya no con la convicción de la primera. Vuelvo a rumiar, esta vez con menos ganas siendo el resultado similar al anterior. Pero voy a seguir intentándolo.
¿Porqué existiendo platos diferentes que me gustan tengo que comer algo que no me apetece?.
Después de esta profunda reflexión, tomo la tercera tajada. Vuelvo a mascar durante largo rato. Me resulta insoportable, no puedo tragarlo. Se me hace una bola y al final tengo que sacarlo.
De lo que estoy convencido es que jamás intentaré hacer algo que no me apetezca. La lectura positiva es que he podido comprobar que no era una cuestión psicológica sino de sabor.
Pero ello no es óbice para que pueda sentarme con otros comensales, si ellos deciden tomar el plato en cuestión. No opinaré que no está rico, es que a mi no me gusta.
Moraleja: Cuando algo es prescindible, lo mejor es abandonarlo y de poder, sustituirlo por otra cosa.
Juan Moreno, octubre 2.014