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Un espacio para compartir las actividades que realizamos unos cuantos locos por la lectura.



miércoles, 18 de febrero de 2015

su alma...
En los entresijos y los evangelios de mi fantasía, como un gran tesoro,
yo escondí su alma; vestida de besos y envuelta en su olor.
Pero, en la maraña de la inconsciencia, se me extravió.
Bajé a los infiernos, vagué en las cavernas,
busqué en las cloacas de mi confusión, sin hallar su rastro.

 Subí hasta la gloria de los fundamentos y, en el empedrado de las añoranzas, hice una promesa, firmé un juramento: ¡La he de encontrar!

Cargué con la cruz de la pesadumbre.
Como un avariento indagué sin freno.
Mandé mil misivas a los estamentos, -las altas esferas de la voluntad- pero,
ni un consuelo para mi infortunio.
Seguí sin desmayo, por bosques y valles.
En una angostura del pensamiento, yo planté un enebro, 
le até un lazo rojo para que se viera, y puse la firma,
sellada con sangre de mi corazón.
Vislumbré una senda junto a mi esperanza, y en dos rosas blancas,
prendí la ilusión que voló hacia el sol de la lucidez.

Así, con tan divina luz, la vi: recostada en sueños…
Y me sonreía.
¡Alma, alma mía...!
Olvidé la pena, se me fue el dolor; recobré la vida.
Hallé la armonía.


jueves, 12 de febrero de 2015

Las ventanas de Manhattan se incendian. La luz penetra a través de las ventanas, sacude las viejas casas de ladrillo, salpica de confeti la armadura del tren aéreo. Los gatos abandonan las latas de basura, las chinches abandonan los miembros sudorosos, el cuello regordete y tierno de los niños dormidos…
La Quinta Avenida gira en espirales rojas, azules, púrpura. La Quinta Avenida palpita dolorosamente. Los camiones rechinaban por la avenida, levantando una polvareda que olía a gasolina y a cagajones pisoteados.
Todo estaba ardiente, sudoroso, polvoriento, comprimido por policías y trajes domingueros.
Olía a gasolina, a asfalto y a menta, a polvos de talco, a perfumes. 
El viento cálido traía del río el largo gemido de una sirena.
Las primeras luces violetas de la mañana enrojecían la bombilla como un ojo insomne.
Fachadas soleadas bordeaban el parque sur y al este; por el oeste tenían sombras violetas.
De las luces oblicuas y de las sombras espesas salía un olor a hojas polvorientas y a hierba pisada.
El sendero entre las redondas manchas de los arcos voltaicos se hundía en la oscuridad.
Detrás de Jersey el sol se hundía en tumultuosas olas de azafrán.
Bajamar en las calles céntricas… pleamar en el Bronx.
Al otro lado de Park Avenue, el cielo azul de llama estaba rayado por la roja armazón de vigas de un edificio nuevo. Más allá, hacia el noroeste, subían las nubes abriéndose compactas como coliflores.

Los árboles de Madison Square, de un verde brillante, parecían helados en un cuarto oscuro.