su alma...
En los
entresijos y los evangelios de mi fantasía, como un gran tesoro,
yo escondí
su alma; vestida de
besos y envuelta en su olor.
Pero, en la
maraña de la inconsciencia, se me extravió.
Bajé a los
infiernos, vagué en las cavernas,
busqué en
las cloacas de mi confusión, sin hallar su rastro.
Subí hasta la gloria de los fundamentos y, en el empedrado de las añoranzas, hice una promesa, firmé un juramento: ¡La he de encontrar!
Cargué con la cruz de la
pesadumbre.
Como un avariento indagué sin
freno.
Mandé mil misivas a los
estamentos, -las altas esferas de la voluntad- pero,
ni un consuelo para mi
infortunio.
Seguí sin desmayo, por
bosques y valles.
En una
angostura
del pensamiento, yo planté un enebro,
le até un
lazo rojo para que se viera, y puse la firma,
sellada con
sangre de mi corazón.
Vislumbré una senda junto a
mi esperanza, y en dos rosas blancas,
prendí la ilusión que voló
hacia el sol de la lucidez.
Así, con tan divina luz, la
vi: recostada en sueños…
Y me sonreía.
¡Alma, alma mía...!
Olvidé la pena, se me fue el
dolor; recobré la vida.
Hallé la armonía.