BIENVENIDOS A NUESTRO BLOG



¡BIENVENIDOS A NUESTRO BLOG!



Un espacio para compartir las actividades que realizamos unos cuantos locos por la lectura.



jueves, 28 de octubre de 2010

MARCELA Y GRISÓSTOMO

El 26 de octubre nos volvimos a reunir en la bien llevada tertulia de los martes. Ya hemos recorrido hasta el capítulo XV de la obra de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Un recorrido que me esta pareciendo fascinante y creo que a una mayoría de los integrantes del grupo también. En el recorrido de hoy tocaba desde el capítulo X al XV. En la tertulia aparecieron comentarios, como siempre, muy interesantes. Desde la locura del Quijote, el materialismo o no de Sancho, la entrada de nuevos personajes, el símil con las películas del oeste y el acertado ejemplo de “Sólo ante el peligro”… Es decir, una hora y media que nos supo a poco y que ni la música de la actividad siguiente conseguía callarnos.

Me parecieron también, muy acertados todos los comentarios y reflexiones que se hicieron sobre la historia de Marcela y Grisóstomo. Personalmente, me ha hecho preguntarme por qué Cervantes introduce este episodio en los capítulos 12 a 14. Hay estudiosos del Quijote  que dicen que Cervantes lo escribió para colocarlo más adelante (en las páginas de Sierra Morena) e incluso hay traducciones a otros idiomas  que este episodio lo han quitado de la obra porque creían que distorsionaba el personaje del Quijote, es decir, los traductores han creído que quitando este episodio, el de Marcela y Grisóstomo, el personaje del Quijote es más cabal y más entero. Sobre todo, porque al aparecer este episodio después del discurso de la Edad de Oro, serviría para indicar que Don Quijote y todos los caballeros andantes no eran necesarios en el mundo, una cosa muy buena para Cervantes, porque hubiera cumplido su objetivo contra las novelas de caballería, pero también un punto negativo, ya que deja a su personaje en una contradicción manifiesta desde el capítulo 14: el principal papel de ser caballero andante es amparar a las doncellas (todas son vulnerables) y da la casualidad que con la primera doncella (Marcela) con quien se topa don Quijote, puede cuidar de sí misma y de su honra.

            Bueno ahí os dejo esta reflexión, espero vuestras respuestas que sin duda serán muy interesantes.

domingo, 24 de octubre de 2010

COMO SER MIEMBRO DE NUESTRO BLOG

El martes 19 de octubre, después de una interesante tertulia, donde tratamos tanto el prólogo, como los primeros nueve capítulos de la novela Don Quijote de la Mancha, nos quedó muy poquito tiempo para hablar de este blog y explicaros como formar parte del mismo.
A continuación os describo los pasos a dar:

1º Los que queráis ser miembros o colaboradores de este blog me tenéis que hacer llegar vuestro correo electrónico para daros de alta en el mismo, bien me lo mandáis a mi correo currocabello@hotmail.com o bien el próximo día en la tertulia. Ya he dado de alta a cuatro miembros, tenemos sitio para noventa y seis más, es decir, hay sitio para todos.
2º Una vez que yo os de de alta, os llegará a vuestro correo la invitación, la aceptáis y ya podéis meter artículos, fotos, audio, videos… (tendréis que dar los pasos que os señalen para aceptar la invitación)
3º ¿Cómo meterlo en el blog?: Una vez que ya seáis miembros de pleno derecho (es decir, habéis aceptado la invitación), tenéis que entrar en el blog. En la parte derecha, esta la opción ¿ya eres miembro? (mirar bien porque está muy pequeñito),tecleáis a acceder  y listo, podéis introducir en el blog vuestros puntos de vistas relacionados con las actividades que estemos haciendo o proponiendo cualquier otro tema.

            Siento mucho el retraso, pero ya sabéis, es la falta de tiempo. Espero que os sirva de ayuda y que mandéis vuestras colaboraciones.

martes, 12 de octubre de 2010

PORQUE LEER A LOS CLASICOS. Italo Calvino

Por qué leer los clásicos






Empecemos proponiendo algunas definiciones.

1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy releyendo...» y nunca «Estoy leyendo...».

Es lo que ocurre por lo menos entre esas personas que se supone «de vastas lecturas»; no vale para la juventud, edad en la que el encuentro con el mundo, y con los clásicos como parte del mundo, vale exactamente como primer encuentro.
El prefijo iterativo delante del verbo «leer» puede ser una pequeña hipocresía de todos los que se avergüenzan de admitir que no han leído un libro famoso. Para tranquilizarlos bastará señalar que por vastas que puedan ser las lecturas «de formación» de un individuo, siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído.
Quien haya leído todo Heródoto y todo Tucídides que levante la mano. ¿Y Saint-Simon? ¿Y el cardenal de Retz? Pero los grandes ciclos novelescos del siglo xix son también más nombrados que leídos. En Francia se empieza a leer a Balzac en la escuela, y por la cantidad de ediciones en circulación se diría que se sigue leyendo después, pero en Italia, si se hiciera un sondeo, me temo que Balzac ocuparía los últimos lugares. Los apasionados de Dickens en Italia son una minoría reducida de personas que cuando se encuentran empiezan enseguida a recordar personajes y episodios como si se tratara de gentes conocidas. Hace unos años Michel Butor, que enseñaba en Estados Unidos, cansado de que le preguntaran por Emile Zola, a quien nunca había leído, se decidió a leer todo el ciclo de los Rougon-Macquart. Descubrió que era completamente diferente de lo que creía: una fabulosa genealogía mitológica y cosmogónica que describió en un hermosísimo ensayo.
Esto para decir que leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más. Podemos intentar ahora esta otra definición:

2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente. La definición que podemos dar será entonces:

3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo.
Por lo tanto, que se use el verbo «leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia. En realidad podríamos decir:

4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura. La definición 4 puede considerarse corolario de ésta:

6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.

Mientras que la definición 5 remite a una formulación más explicativa, como:

7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).

Esto vale tanto para los clásicos antiguos como para los modernos. Si leo la Odisea leo el texto de Homero, pero no puedo olvidar todo lo que las aventuras de Ulises han llegado a significar a través de los siglos, y no puedo dejar de preguntarme si esos significados estaban implícitos en el texto o si son incrustaciones o deformaciones o dilataciones. Leyendo a Kafka no puedo menos que comprobar o rechazar la legitimidad del adjetivo «kafkiano» que escuchamos cada cuarto de hora aplicado a tuertas o a derechas. Si leo Padres e hijos de Turguéniev o Demonios de Dostoyevski, no puedo menos que pensar cómo esos personajes han seguido reencarnándose hasta nuestros días.
La lectura de un clásico debe depararnos cierta sorpresa en relación con la imagen que de él teníamos. Por eso nunca se recomendará bastante la lectura directa de los textos oríginales evitando en lo posible bibliografía crítica, comentarios, interpretaciones. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión; en cambio hacen todo lo posible para que se crea lo contrario. Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él. Podemos concluir que:

8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.

El clásico no nos enseña necesariamente algo que no sabíamos; a veces descubrimos en él algo que siempre habíamos sabido (o creído saber) pero no sabíamos que él había sido el primero en decirlo (o se relaciona con él de una manera especial). Y ésta es también una sorpresa que da mucha satisfacción, como la da siempre el descubrimiento de un origen, de una relación, de una pertenencia. De todo esto podríamos hacer derivar una definición del tipo siguiente:

9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.

Naturalmente, esto ocurre cuando un clásico funciona como tal, esto es, cuando establece una relación personal con quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber o por respeto, sino sólo por amor. Salvo en la escuela: la escuela debe hacerte conocer bien o mal cierto número de clásicos entre los cuales (o con referencia a los cuales) podrás reconocer después «tus» clásicos. La escuela está obligada a darte instrumentos para efectuar una elección; pero las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier escuela.
Sólo en las lecturas desinteresadas puede suceder que te tropieces con el libro que llegará a ser tu libro. Conozco a un excelente historiador del arte, hombre de vastísimas lecturas, que entre todos los libros ha concentrado su predilección más honda en Las aventuras de Pickwick, y con cualquier pretexto cita frases del libro de Dickens, y cada hecho de la vida lo asocia con episodios pickwickianos. Poco a poco él mismo, el universo, la verdadera filosofía han adoptado la forma de Las aventuras de Pickwick en una identificación absoluta. Llegamos por este camino a una idea de clásico muy alta y exigente:

10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.

Con esta definición nos acercamos a la idea del libro total, como lo soñaba Mallarmé.
Pero un clásico puede establecer una relación igualmente fuerte de oposición, de antítesis. Todo lo que Jean-Jacques Rousseau piensa y hace me interesa mucho, pero todo me inspira un deseo incoercible de contradecirlo, de criticarlo, de discutir con él. Incide en ello una antipatía personal en el plano temperamental, pero en ese sentido me bastaría con no leerlo, y en cambio no puedo menos que considerarlo entre mis autores. Diré por tanto:

11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.

Creo que no necesito justificarme si empleo el término «clásico» sin hacer distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad. Lo que para mí distingue al clásico es tal vez sólo un efecto de resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una continuidad cultural. Podríamos decir:

12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía.

Al llegar a este punto no puedo seguir aplazando el problema decisivo que es el de cómo relacionar la lectura de los clásicos con todas las otras lecturas que no son de clásicos. Problema que va unido a preguntas como: «¿Por qué leer los clásicos en vez de concentrarse en lecturas que nos hagan entender más a fondo nuestro tiempo?» y «¿Dónde encontrar el tiempo y la disponibilidad de la mente para leer los clásicos, excedidos como estamos por el alud de papel impreso de la actualidad?».
Claro que se puede imaginar una persona afortunada que dedique exclusivamente el «tiempo-lectura» de sus días a leer a Lucrecio, Luciano, Montaigne, Erasmo, Quevedo, Marlowe, el Discurso del método, el Wilhelm Meister, Coleridge, Ruskin, Proust y Valéry, con alguna divagación en dirección a Murasaki o las sagas islandesas. Todo esto sin tener que hacer reseñas de la última reedición, ni publicaciones para unas oposiciones, ni trabajos editoriales con contrato de vencimiento inminente. Para mantener su dieta sin ninguna contaminación, esa afortunada persona tendría que abstenerse de leer los periódicos, no dejarse tentar jamás por la última novela o la última encuesta sociológica. Habría que ver hasta qué punto sería justo y provechoso semejante rigorismo. La actualidad puede ser trivial y mortificante, pero sin embargo es siempre el punto donde hemos de situarnos para mirar hacia adelante o hacia atrás. Para poder leer los libros clásicos hay que establecer desde dónde se los lee. De lo contrario tanto el libro como el lector se pierden en una nube intemporal. Así pues, el máximo «rendimiento» de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad. Y esto no presupone necesariamente una equilibrada calma interior: puede ser también el fruto de un nerviosismo impaciente, de una irritada insatisfacción.
Tal vez el ideal sería oír la actualidad como el rumor que nos llega por la ventana y nos indica los atascos del tráfico y, las perturbaciones meteorológicas, mientras seguimos el discurrir de los clásicos, que suena claro y articulado en la habitación. Pero ya es mucho que para los más la presencia de los clásicos se advierta como un retumbo lejano, fuera de la habitación invadida tanto por la actualidad como por la televisión a todo volumen. Añadamos por lo tanto:

13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.

14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.

Queda el hecho de que leer los clásicos parece estar en contradicción con nuestro ritmo de vida, que no conoce los tiempos largos, la respiración del otium humanístico, y también en contradicción con el eclecticismo de nuestra cultura, que nunca sabría confeccionar un catálogo de los clásicos que convenga a nuestra situación.
Estas eran las condiciones que se presentaron plenamente para Leopardi, dada su vida en la casa paterna, el culto de la Antigüedad griega y latina y la formidable biblioteca que le había legado el padre Monaldo, con el anexo de toda la literatura italiana, más la francesa, con exclusión de las novelas y en general de las novedades editoriales, relegadas al margen, en el mejor de los casos, para confortación de su hermana («tu Stendhal», le escribía a Paolina). Sus vivísimas curiosidades científicas e históricas, Giacomo las satisfacía también con textos que nunca eran demasiado up to date: las costumbres de los pájaros en Buffon, las momias de Frederick Ruysch en Fontenelle, el viaje de Colón en Robertson.
Hoy una educación clásica como la del joven Leopardi es impensable, y la biblioteca del conde Monaldo, sobre todo, ha estallado. Los viejos títulos han sido diezmados pero los novísimos se han multiplicado proliferando en todas las literaturas y culturas modernas. No queda más que inventarse cada uno una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa biblioteca debería comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado para nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimientos ocasionales.
Compruebo que Leopardi es el único nombre de la literatura italiana que he citado. Efecto de la explosión de la biblioteca. Ahora debería reescribir todo el artículo para que resultara bien claro que los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado, y por eso los italianos son indispensables justamente para confrontarlos con los extranjeros, y los extranjeros son indispensables justamente para confrontarlos con los italianos.
Después tendría que reescribirlo una vez más para que no se crea que los clásicos se han de leer porque «sirven» para algo. La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos.
Y si alguien objeta que no vale la pena tanto esfuerzo, citaré a Cioran (que no es un clásico, al menos de momento, sino un pensador contemporáneo que sólo ahora se empieza a traducir en Italia): «Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía un aria para flauta. “¿De qué te va a servir?”, le preguntaron. “Para saberla antes de morir”».

jueves, 7 de octubre de 2010

El martes, día 5 de octubre, empezamos el segundo año de esta aventura: leer y conversar en grupo.

Después de ver caras conocidas y otras nuevas, de saludarnos, de preguntarnos por el verano y las vacaciones, y de echar de menos algunas ausencias, el conductor del taller, Alejandro, comienza dándonos la bienvenida y hace un resumen de cómo se le ocurrió esta idea y la puso en marcha, y del éxito del curso pasado. Sin duda, más adelante nos lo comentará en este blog que hoy empieza.


Vamos a empezar el curso 2010-2011 con la lectura de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, libro acordado por el grupo al finalizar el curso anterior. Después de presentar esta lectura para los próximos meses, Alejandro pasa la palabra a los miembros del grupo para que cada uno exprese lo que le sugiere este libro, si ya lo habian leído (todo, una parte, un capítulo) y, en ese caso, como se les quedo el cuerpo después de leerlo. Así dimos paso a la tertulia y las vivencias de cada uno llenaron al conjunto. Hubo desde el que no lo había leído hasta el que lo ha leído dos veces. Desde el que lo leyó por el simple hecho de experimentar con un clásico hasta el que sabía donde se metía. Desde el que no pudo pasar del primer capítulo hasta el que se engancho de principio a fin. Desde el que no le importa releerlo hasta el que le da pereza empezarlo…

 
Los tertulianos, como siempre, estuvieron exquisitos y dejaron detalles importantes que a continuación mencionaré:

“El Quijote, en cada capítulo que lees, es una lección que abres”;
“Limpiando el polvo, muchas veces me paraba, cogía el libro, leía un párrafo e inmediatamente, lo dejaba en su sitio”;
“Me he apuntado al taller, quizás sea un poco por la obligación de leerlo”;
“Me daba miedo meterme con él, estaba atravesando un momento malo en mi salud, pero después lo encontré tan tierno, tan sensible, vamos… Además soy de la Mancha”;
“lo leí y lo disfruté mucho”;
“ha habido capítulos que incluso me he llegado a enfadar con Cervantes”;
“Al apuntarme al taller no sabía que íbamos a leer este libro, pero al mencionarlo me ha trasladado a mi país, allí en Lima, esperando a mi bebé. En Perú lo teníamos como en fascículos, y mientras esperaba en el hospital, porque vino con problemas, empecé a leerlo y fue mi mejor médico, me dio serenidad y tranquilidad. Fue algo imborrable”;
“se lo regalé a mi padre en 1967 y siempre estaba leyéndolo, yo mientras tanto, estaba bailando, con los amigos, con la novia… Después, mi padre, antes de morir, me regaló a mí otro Quijote, este que veis aquí, y fue entonces cuando lo leí, y ahora no me importa volver a leerlo”.

Bueno, ya termino, esperando que me perdonéis por si he cometido alguna falta o he explicado mal algo: la falta de tiempo es lo que tiene. Espero que los demás miembros del grupo se animen a exponer sus opiniones, o sus escritos, o sus fotos, o sus vídeos, para poder hacer de éste un foro común para todos. También esperamos que a quienes entren en este blog y les interesen las experiencias que aquí encuentren, colaboren con sus opiniones, sus criticas y también con todas las vivencias que quieran compartir.