Verano.
El
verano es una estación muy dada para retomar esas lecturas que se van
posponiendo, bien por falta de tiempo u otras razones. La poesía, por ejemplo,
reactiva la imaginación y deleita. Reporta un alivio balsámico al desasosiego.
Estar
ocioso, no sólo es descansar, que sí que es muy, muy necesario hacerlo, y de
igual modo viene bien reflexionar despaciosamente, y deliberar sobre muchas
cosas.
Acaso
sea en esos días de asueto cuando se está más receptivo y mira uno con más
apreciación lo que tenemos a nuestro alrededor y/o nos atañe. Acaso sea también
el mejor momento para ahondar en asuntos diversos y explorar en la propia
conciencia.
Y
hacerse preguntas…
Qué
hago, hacia dónde voy, qué me falta, qué bien poseo…
Estas
y muchas otras interrogaciones pasan
por la cabeza en días veraniegos.
Merece
la pena dedicar unas horas a recapacitar, con sosiego, sobre todo ello. Dejemos
en suspenso otros compromisos.
Algunas
veces nos vemos obligados a tomar algunas decisiones que debimos tomar antes: emprender
la búsqueda de ciertas verdades, por ejemplo.
Uno
siempre imagina que tendrá ocasión de hacer lo que ha pensado hacer o decir o
aclarar cosas. Pero no siempre es así.
Todo
da vueltas y vueltas como un tiovivo, los pensamientos giran y se mezclan en un
remolino de ideas y te arrastran primero en una dirección y luego en otra. Y no
atina a conectar con la realidad que le envuelve.
Seguimos
buscando refugio en los libros, en los juegos, el deporte… pero sin encontrar
lo que realmente buscamos.
Es
un sin vivir como nos montamos la vida.
En
horas bajas se refugia uno en un rincón del tiempo…
Frente
al gran océano que se extiende como una alfombra sin bordes. Y mira el ocaso
mientras escucha las cantarinas aguas. Y en esa actitud armónica donde se queda
inmóvil el tiempo, encuentra algo parecido a un bote salvavidas.
Más
allá de este espacio, de esta limitada calma, se percibe otros universos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario