Cervantes, divierte, enseña y deleita. Nos permite asistir a un espectáculo con una sonrisa.
He recogido algunas, entre las muchas “perlas” que encierra el Quijote.
Yo soy contento de esperar a que ría el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir.
Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos.
No puede ser que haya caballero andante sin dama, tan natural es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas.
Sin amores, el caballero andante es árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma.
Yo soy loco, loco he de ser hasta tanto que tú, Sancho, vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea.
Éste es el lugar, ¡oh cielos!, que disputo y escojo para llorar mi desventura. Éste es el sitio donde el humor de mis ojos acrecentará las aguas de este pequeño arroyo, y mis continuos y profundos suspiros moverán a la continua las hojas de estos montaraces árboles, en testimonio y señal de la pena de mi asendereado corazón padece.
Aquí encaja la ejecución de mi oficio: deshacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
Dios hay en el cielo y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles nada en ello.
Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua a la mar.
Cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija.
No hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma.
Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas para dar remedio a ellas.
Te hago saber, Sancho, que hay dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derivan su descendencia de príncipes y monarcas; otros tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en grado.
Quien es pobre no tiene cosa buena. Esta pobreza la padece en sus partes. Ya en hambre, ya en frío, ya en desnudez.
La valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo.
Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno.
Es menester, Sancho, hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado y de caballero a escudero. Así que desde hoy en adelante nos hemos de tratar con más respeto, sin darnos cordelejo.
Para todo hay remedio, sino para la muerte.
¡Aquí fue Troya!, ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias, aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aquí se oscurecieron mis hazañas, aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse!